Bienvenidos a este espacio

La entradas pueden ser comentadas, siempre que l@s remitentes de esos comentarios no sean anónim@s, ni los comentarios ofensivos o insultantes.



viernes, 31 de mayo de 2013

Publicado el 3/6/1995 El otro día me suicidé. No es que lo tuviera pensado, pero si es cierto que alguna vez, por distintos motivos, había cruzado por mi mente la idea de acabar con mi vida. De hecho, si no hubiera sido por lo del trabajo, puede que no hubiera vuelto a pensarlo, pero perder el trabajo cuando uno tiene ya cuarenta y tantos años, no es precisamente alentador. Así que me decidí. Mientras estaba preparando la cuerda, (fuerte, para no hacer el ridículo), mezclado con la desesperación sentí miedo y al mismo tiempo noté el poder, un poder inmenso en mis manos. Mi mujer se había ido a la compra, la pequeña estaba en la guardería y el mayor en el instituto, tenía tiempo de sobra. Probé el gancho que había en el techo de la despensa y aguantó perfectamente mi peso, así que coloqué la silla, medí y até la cuerda, me pasé el lazo por el cuello, y después de mirar las paredes que me rodeaban, di una patada a la silla y… Cuando llegó el juez para levantar el cadáver, la viuda con los ojos anegados y una niña pequeña en sus brazos, con un gesto le indicó el lugar. El muerto ofrecía el desagradable aspecto que ofrecen los ahorcados, y después de examinar la pequeña habitación, ordenó que le bajaran para llevarle al depósito, donde se procedería a la autopsia. Al salir por el pasillo, a través de la puerta medio abierta de una habitación, vio a un muchacho de unos 16 o 17 años, que sollozando golpeaba la cama con el puño. Aproximadamente a la misma hora, nacía en una clínica privada de una ciudad no muy lejana, una niña preciosa, hija de unos joyeros que tenían varias joyerías en la ciudad. Nadie podía pensar que, cuarenta y tres años más tarde, un accidente de caballo la dejaría confinada en una silla de ruedas para el resto de su vida. Volviendo a nuestro relato, la viuda montó un pequeño negocio que la permitió asegurar el porvenir de sus hijos, aunque el mayor no pudo arrancar jamás de su mente la imagen de su padre, ni pudo entender porqué lo hizo. La pequeña hizo pedagogía y montó una escuela-granja en una finca cercana, que con el tiempo fue conocida en todo el país por sus excelentes resultados en la educación de niños “difíciles”. Su madre acabó trasladándose a la granja, donde tuvo oportunidad de ofrecer todo su amor y comprensión a aquellos pequeños, que cuando terminaban sus estudios, volvían a visitar la granja, como ellos decían, sobre todo por ver a “la abuela”, quien disfrutó de sus visitas durante muchos años. Cualquier parecido de esta historia o de sus personajes con la vida real es pura coincidencia, ya que se debe exclusivamente a mi imaginación, pero pienso que pudo ser así la realidad, cuando el otro día me enteré de que un hombre, y por tanto un hermano mío, se quitó la vida en un pueblo cercano. A veces, afortunadamente muy pocas veces, la vida es muy triste, desde mi ventana. L. Alfonso Asperilla

No hay comentarios:

Publicar un comentario