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domingo, 10 de febrero de 2008

La tata Rosa


Esta entrada tendría que haberla hecho su autora, mi prima Rosa, tata Rosa para casi todo el personal menudo de la familia, pero me la ha enviado por correo, así que la subo yo, el hijo de su tío favorito, pero que conste, es suya. (la imagen viene incrustada junto con el texto, lamento que no se vea mejor)


EN LA PISCINA VICTORIA

Faltaba un mes para que naciera mi hermana. A mi hermano y a mí nos dejaron con mi abuela, mis tíos y mi primo en el pueblo. Mi primo tenía por aquel entonces 16 años y nos llevaba a la Piscina “Victoria”. En esa época yo ejercía de madre con mi hermano. En la foto aparezco sujetándole por detrás.

Él hablaba una jerga incomprensible para los demás y los mayores me pedían que hiciera de traductora. Éramos inseparables. Al año siguiente comenzaríamos a ir al colegio y él se negaba a ir a su clase. Prefería venir a la mía. Siempre agarrado a mi falda. Pero esa es otra historia.

Volvamos a ese verano. Una noche de Agosto, mientras cenábamos en la terraza, mis tíos dijeron que acababa de pasar una cigüeña con mi nueva hermana en el pico. Mi hermano y yo miramos al cielo: una luna inmensa, anaranjada e irreal parecía confirmar la noticia. Nos quedamos sobrecogidos; algo muy importante iba a suceder y nosotros, hasta ese momento, no habíamos sido informados de ello.

Al día siguiente fuimos a comprar una ovejita de goma. Cogimos el tren para ir a Madrid (eso de ir en tren siempre era una fiesta) . No dejamos de jugar con la ovejita que íbamos a regalar a nuestra hermana mientras correteábamos por los vagones y nos subíamos a los portaequipajes.

En Madrid conocimos a la bebita, la bautizaron y a nosotros nos pusieron unos preciosos trajes marineros. Después... de vuelta al pueblo, todavía quedaba verano y no queríamos perdernos nada.

Guardo de ese verano, en el que aún no había cumplido los cinco años, el frío húmedo que dejaba en mi piel el bañador que llevaba en la foto (tardaba un día entero en secarse); el fuerte olor a cloro de la piscina Victoria; la música que se oía por los altavoces (especialmente la de “Los Brincos”); el sabor de los polos a los que me invitaba mi primo mayor, y la emoción de ver por primera vez a mi hermana pequeña, siempre asociada a la magia de esa inmensa luna anaranjada,