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viernes, 31 de mayo de 2013

Publicado el 29/4/1995 Anoche tardabas en llegar. Desde luego que no era la primera noche que te retrasabas, pero anoche estaba especialmente preocupado. Eran cerca de las doce y no sabía nada de ti. Llegué a pensar incluso en un accidente. Pero no, no podía ser. Seguramente era la niebla, tan cerrada, lo que te había retrasado, y si no era la niebla no me imaginaba lo que podía haber sucedido. Las reuniones con tus compañeros solían terminar a las nueve, o como mucho, las nueve y media. Media hora más de viaje, o cuarenta y cinco minutos teniendo en cuenta la niebla, eso hacían las diez y cuarto o diez y media todo lo más. Y además, si se hubiera prolongado la reunión, habrías llamado. No sabía qué hacer. Había dado la cena a los niños y ya llevaban un rato durmiendo, así que me puse el abrigo y empecé a caminar, cuando decidí darme la vuelta. Era pueril mi actitud. No era la reacción propia de una persona adulta. Total, un retraso lo sufre cualquiera. O una avería, pero ¿porqué no habías llamado? Había decidido seguir paseando bajo la niebla, cuando al pasar por delante de casa, por la ventana de la trasera vi. el coche dentro del garaje. Eso significaba que habías venido por la autopista en lugar de por la carretera, y que habías tomado el último desvío. Entré en casa y te sentí en la ducha, tarareando algo. Al poco saliste, alegre, apenas envuelta por el albornoz, me saludaste fríamente al pasar hacia la cocina, hablabas de unas copas para celebrar no sé qué de una compañera. - ¡ Podías haber llamado ¡ Dijiste algo de llamar después, pero que no pudo ser porque habíais ido a otro sitio, y que cuando os quisisteis dar cuenta ya era tarde, y que no era plan de llamar si ya estabais en camino. Me acosté, mientras tú terminabas en la cocina. Por el sonido de tus pies descalzos te iba siguiendo mentalmente por la casa e imaginando tus movimientos. Volviste al cuarto de baño, te cepillaste los dientes, terminaste de secarte el pelo, tapaste la jaula del canario y subiste al dormitorio. Yo me hice el dormido mientras te acostabas. No te dormías y a mí me empezaba a vencer el sueño cuando me di cuenta de que no habías entrado a ver a los niños. En ese momento noté que mi brazo estaba apoyado en el de un sillón, que yo estaba sentado en ese mismo sillón y que entonces el de la cama no podía ser yo. Y además yo no tengo canario y los niños ya han hecho la mili. Me costó trabajo volver a mi siesta y pensé dos cosas. Una es que tenía que vigilar el picante de las comidas, y la otra que tenía que recordar este sueño para contárosle en la próxima carta que os escribiera, desde mi ventana. L. Alfonso Asperilla

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