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viernes, 31 de mayo de 2013

Publicado el 13/5/1995 Hablaba el otro día con unos compañeros del arte en general, y de la fotografía en particular. Me preguntaban sobre la técnica de unas fotografías que aparecían en una revista, y que tenían como tema la fiesta de los toros. Después de unas explicaciones, entramos en un pequeño debate, sobre qué es arte y qué no lo es. Bueno, pues el asunto es que llegamos a la conclusión de que en muchas ocasiones nos encontramos con trabajos de “artistas”, y entrecomillo lo de artistas, que no entendemos, y que no nos transmiten ni sentimientos, ni emociones, ni sensaciones, nada en absoluto. Y el caso es que muy a menudo, leemos o escuchamos a los críticos, a los que suponemos con conocimientos superiores a los nuestros, y hablan y no paran de “la esquizofrenia latente del negro”, en tal autor, o de “la atrevida conjunción del verde y el gris marengo” en tal otro, o de “la ruptura de espacios tan hábilmente conseguida”, cosa que el autor ha logrado mediante el sencillo procedimiento de romper la tela del cuadro. Y no digamos ya si el “artista” es escritor, ya puede estar escribiendo sandeces, que no faltará el “crítico” de turno, que aunque no haya leído la obra en cuestión, nos ofrecerá un comentario de la siguiente especie: “Con esta obra nos encontramos otra vez con el mejor… (y aquí podéis poner el nombre que queráis), el de la pluma descriptiva y profunda, el mejor… (y volvéis a poner el nombre del autor), que tantas horas de placer nos ha proporcionado al sumergirnos en su prosa fecunda, y muchas veces “jocunda”. Y resulta que cuando, impresionado por la crítica, apabullado por la publicidad, te acercas a una librería a por el libro en cuestión, aflojas dos o tres mil pesetas, te arrellanas en tu sillón, y después de haber aguantado la mitad del libro te das cuenta de que la presunta prosa fecunda no es tal, que no es más que una serie de frases que no dicen nada, entonces con mucho cuidado escondes el libro en la parte más inaccesible de tu biblioteca, para que cuando alguien te pregunte, puedas contestar más o menos: Está bien, pero he de volver a leerlo, porque hay cosas tan profundas que se escapan a la primera lectura. ¿Porqué no decir sencillamente lo que pensamos? ¿Porqué no decir que si el autor, en lugar de llamarse Don Fulano de Tal y Pascual, se llamara Juan Pérez, opinaríamos que la obra en cuestión no vale lo que un rollo de papel higiénico? Esa es la piedra de toque. Quitar a la obra que se ofrece ante nosotros el nombre del autor, despojarla de la publicidad y títulos o premios que el autor haya conseguido, dejar de lado las críticas, intentar sumergirnos en la obra y sólo después, comparar la opinión que nos haya merecido con la de distintos expertos, y no debemos avergonzarnos de que los listos de turno nos digan que no tenemos ni idea. Cualquier tipo de creación, y mucho más la que pretende ser artística, debe comunicar algo a quien la contempla. Si no lo consigue, si no nos transmite placer ni dolor ni asombro, ni alegría ni tristeza, en resumen, si no despierta nuestro interés, entonces podremos leer o escuchar las críticas de los “expertos” con el mismo espíritu con que escuchamos a los “especialistas” cuando comentan un partido de fútbol televisado. ¿No os h aparecido en alguna ocasión que el partido que comenta el locutor, es uno distinto al que nosotros estamos viendo? Un abrazo desde mi ventana. L. Alfonso Asperilla

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