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viernes, 31 de mayo de 2013

Publicado el 16/12/1995 A veces, cuando a lo largo de nuestra vida nos vamos encontrando con hechos, situaciones o vivencias, los consideramos como si se produjeran de forma aislada. Podemos llegar a pensar que son tan importantes que los contemplamos sin ninguna perspectiva, influidos y apremiados por su existencia. Pero si somos capaces de frenar nuestra reacción más inmediata, si conseguimos mirar hacia atrás y analizar otros que les han precedido, nuestra visión de esa vivencia o situación pasa a ser más sosegada, y podremos contemplar lo que nos inquietaba como algo que forma parte de una estructura mayor y más compleja, como es en definitiva la vida. Este era el comienzo de una carta que os escribía la semana pasada, en la que planteaba el tema de los problemas que nos vamos encontrando a lo largo de nuestro discurrir por este mundo que, hagamos lo que hagamos, indefectiblemente concluye en la muerte. Quizá no sean las fechas más propicias para hablar de este tema. Se acerca la navidad y tengo la impresión de que este año deseamos su llegada más intensamente que otros. Es un tiempo en que solemos engrasar los engranajes, a veces chirriantes, de nuestras relaciones con los demás. Unos sinceramente y otros de cara a la galería, nos esforzamos en dar un poco de nosotros mismos. Pero a veces sucede que hay personas, amigos, compañeros, a los que la vida parece haberse complacido en maltratar, y que por mucho cariño que les podamos ofrecer, no conseguimos mitigar su tristeza y su dolor. Va a llegar el tiempo en que por historia y por tradición somos más alegres y generosos. No deseo enturbiar vuestra felicidad. Solamente deseo que seamos capaces de amar a quien lo necesita. Alguien dijo que la felicidad es ausencia de dolor. Para mí es muy difícil definirla. Sólo se que la mía siempre ha tenido su origen en los demás. He conocido y amado y eso me ha hecho feliz. Los momentos más gloriosos siempre han sido compartidos, y no me imagino ser feliz sin alguien a mi lado. Y también encuentro la felicidad cuando rescato del olvido a todos aquellos a quienes he querido. En ese momento están tan presentes como cuando compartían tiempo y espacio conmigo. Y es así, forzando con la palanca de la memoria las puertas del tiempo y del espacio, como podemos hacer frente a los retos que, día a día, nos va presentando la vida. En este mundo únicamente sobreviviremos en la memoria de los demás, y eso depende del amor que seamos capaces de ofrecer mientras aún es tiempo. Y es el mismo tiempo que rompe nuestra relación el que ayuda a cicatrizar la herida. Y con su transcurrir miraremos los aconteceres de hoy como algo muy lejano, y recordaremos con cariño a quienes nos ayudaron a ser. Un abrazo, desde mi ventana. L. Alfonso Asperilla

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