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viernes, 31 de mayo de 2013

Publicado el 15/7/1995 Aún es martes cuando escribo estas líneas y ya quisiera que fuera domingo. No sé como transcurre el tiempo para vosotros. Para mí, se va descolgando, cada vez más rápidamente, entre domingo y domingo, como lianas que le fueran necesarias para moverse. Supongo que para las amas de casa que a pesar de vuestra estricta administración, no conseguís llegar al día 30, el tiempo transcurrirá entre día de pago y día de pago, y para los estudiantes entre las vacaciones de verano, las de Navidad, de Carnaval y de Semana Santa, y para los que están en la mili, descontando días hasta la licencia, como siempre ha sido. En fin, creo que la forma de apreciar el paso del tiempo, igual que muchas otras cosas, varía en función de las circunstancias de cada uno, pero como vosotros no me contáis las vuestras, os hablo yo de las mías. El domingo es el día que más me gusta. Comprendo que para el que trabaja este día, quizá no sea así, pero a mi me parecen los domingos de Medina más luminosos que el resto de los días de la semana. Pudiera ser porque me muevo por distintas zonas que otros días, o porque se rompe el ritmo habitual de vida, pero creo que se debe a que el domingo es un día de reencuentros. En el mercado, en misa, en los paseos por la plaza, en el cine de la tarde, pero sobre todo en las obligadas “visitas” a bares y cafeterías del mediodía del domingo, los medinenses nos encontramos después de la semana de trabajo. Casi siempre con nuestras mejores galas, con unos duros en el bolsillo, con tiempo por delante para disfrutar, y los amigos “de toda la vida”, (expresión máxima de la amistad o del conocimiento ante la que no caben méritos ajenos), junto con nosotros para hablar, discutir, reírnos o lo que se tercie, que para eso están los amigos. De vez en cuando, alguno, ausente durante un tiempo por trabajo o por cualquier otro motivo, se une a la panda que, domingo a domingo, y siguiendo un ritual jamás escrito, cerca del mediodía comienza un camino que bar a bar, y al ritmo lento de la cantinela: “Un blanco, dos claretes, tres tintos y dos cortos”, nos deposita en casa a punto de dar las tres, con la satisfacción de haber visto a la gente, tanto la “nuestra” como la habitual, y que muchas veces es la misma que, día a día, cuando no es domingo, veo pasar, desde mi ventana. L. Alfonso Asperilla

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