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viernes, 31 de mayo de 2013

Recuperando escritos.... Publicado el 5/8/1995 Supongo que alguno de los lectores habrá sentido cierta curiosidad por saber cómo es mi ventana. Pues bien, hoy os voy a hablar de ella. Mi ventana está orientada al Oeste, de donde vienen los vientos y la lluvia. Es una ventana de las antiguas, de las de madera de pino. Cuando era nueva, rezumaba naturaleza por todas sus vetas. Ahora, al acercarme a ella veo que, aunque está barnizada, el agua de la primavera, el sol del verano y las heladas del invierno, han ido dejando su huella en mi ventana. Hoy se fabrican ventanas de plástico que permanecen inalterables ante las inclemencias del tiempo, y que aíslan perfectamente a la gente en sus casas. Pero mi ventana no está ahí para aislarme, sino para poder seguir viendo la calle y sus gentes, aunque yo ya esté recogido en este segundo claustro materno, que es para cada uno de nosotros nuestra casa. Pobre y querida ventana, que a través de tus grietas me muestras cómo pasa el tiempo también para ti, y que a pesar de todo, me acoges con benevolencia, cuando descargo el peso de mi cuerpo en tu alféizar, suavizado por el desgaste. Entonces eres más ventana que nunca, y el bostezo, a veces sonoro, que ofreces al mundo cuando te abro, no es el bostezo aburrido con que se recibe la milésima repetición de un espectáculo, sino el desperezo sensual con que anticipas la satisfacción venidera. Hay otra muchas ventanas, ventanas de patio de vecindad, que unas veces nos muestran lo que no queremos ver, y otras en cambio, con sutil coquetería, velan los perfiles desnudos de rostros y cuerpos; ventanas de galería, falsas ventanas que, a modo de antiparras, se han colocado delante una armazón de aluminio, o de hierro esmaltado, y que ya para lo único que sirven es para que entre un poco de luz, pero que han perdido su función principal, por más que me contradigan los arquitectos, que es la de poder sentir que, a pesar de estar retirados, enclaustrados en nuestro hogar, seguimos estando en relación, aunque sólo sea visual, con nuestra calle y nuestra gente; ventanas de buhardilla, relojes de sol que ayudan a estudiantes y despiertan a recién casados. Y ventanas de semisótanos, tristes ventanas que, presas tras unos barrotes, saben que nunca serán atalaya de gorriones. Hay más ventanas, ventanas en maderas nobles, pretenciosas ventanas de ojo de buey, preciosas ventanas de rejas, donde se funden manos y besos cuando, fugaz, una nube oculta la luna. Pero sé que ninguna de ellas sería mi cómplice, ninguna acogería mi cuerpo como ella, cuando quiero ver el mundo, desde mi ventana. L. Alfonso Asperilla.

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