Bajo este título genérico de "Histórico" comienzo a reeditar algunos artículos sueltos, escritos a partir de 1994, en principio para ser leídos en la radio por Maribel Manjón, y que posteriormente fueron publicados a partir de 1995, en el semanario "La Voz de Medina".
El crear este blog, incluso su nombre, proceden de mi afición a escribir lo que siento, y lo que sentía cuando escribí estos sueltos. Recuperaré tambien fotografías con texto de esa época, algo que me motivó tanto como para pensar incluso en un nombre para esa afición de mezclar texto y fotografías. Poco a poco.
Publicado el 4/3/1995
En muchas ocasiones me acuerdo de mi abuela Amparo. Tenía los ojos claros y el pelo blanco, tirando a malva, sujeto en un moño alto, pero sobre todo eran sus ojos, claros, entre azules, grises y verdes, casi ciegos en sus últimos días, lo que mejor recuerdo de mi abuela. Murió a consecuencia de la anestesia de una operación de cataratas.
- Alfonso, hijo, tú que piensas de que me opere?.
- Abuela, eres joven todavía, aún te quedan por ver muchas cosas, y la gente que se ha operado está muy contenta.
- Pues sabes que te digo, hijo, que me voy a operar.
Mi abuela, al hablarme, siempre me decía hijo, cariñosamente. Al principio, de chaval, creía que mi abuela se equivocaba, pero luego comprendí que era su forma de decirme que me quería. En la guerra, mataron a su marido y a los dos hijos varones, y cuando por algún motivo suspiraba, no decía ¡ Ay Dios!, como casi todo el mundo, sino ¡Ay mis hijos!. Solía decir hijo a los hombres a los que quería como tales.
Cuando murió, mi hija mayor, que por entonces debía tener tres o cuatro años, nos preguntaba:
- ¿Dónde está la abuela Amparo?.
Yo, señalando la Luna, le decía:
- ¿Ves cómo brilla?. Eso es porque allí está la abuela.
Y a María, mi hija, le brillaban los ojos de Luna y alegría, porque su bisabuela, a la que ella llamaba abuela Amparo, estaba en un sitio tan bonito.
De mi abuela recuerdo sus ojos, entre cielo, lluvia y trigal, y recuerdo también su tolerancia y su generosidad. Yo, creyente en la reencarnación como forma de perfeccionamiento del espíritu, hasta que pueda llegar a fundirse con la Divinidad, siempre pensé que me gustaría conocer a la persona en que volviera a habitar el alma de mi abuela Amparo. Ahora sé que nunca la conoceré, porque su espíritu ya aprendió lo necesario.
Hoy todavía, de vez en cuando hablo con ella, y si al pasar con el coche por una calle iluminada, una farola me hace un guiño, creo ver, tonto de mí, sus ojos, entre verdes, grises y azules, y últimamente casi ciegos, sonriendo al oir las cosas que os cuento, desde mi ventana.
L. Alfonso Asperilla
PD.- La fotografía que ilustra esta entrada está escaneada de una bastante antigua, y está sin retocar (como se puede apreciar sobre todo en la diferencia entre sus ojos, ya con cataratas). Sobre esta fotografía, Nacho, el marido de la tata Rosa, hizo un dibujo que la supera ampliamente por cuanto refleja (en mi opinión), bastante mejor el espíritu de mi abuela, de nuestra abuela.
Incluyo esta fotografía del tío Felipe, que es el personaje del texto que viene a continuación, como primer comentario.