viernes, 31 de mayo de 2013
Publicado el 18/3/1995
Hace muchos años, siendo yo un chaval, solía venir a visitarnos los domingos un tío de mi madre, el tío Felipe, hombretón castizo y tradicional que vivía en Madrid y al que le gustaba visitar el antiguo mercado de ganados de Medina. En aquella época, en el mercado de medina se compraban y vendían todo tipo de animales, mulas, burros, caballos, vacas, cerdos, gallinas, ovejas...
Después del mercado, venía el tío Felipe a buscarme a la tienda para ir a tomar el vermú, porque él decía vermú, castellanizando la palabra, e invariablemente yo le preguntaba;
- ¿Tío, ya has ido a misa de una?
A lo que él, invariablemente respondía:
- ¡ A la de tres, yo voy a misa de tres !
No era muy amigo de ir a misa mi. tío Felipe, ni tampoco fue nunca muy amigo de médicos ni medicinas. Cada vez que surgía el tema de alguna dolencia, él recomendaba, con su voz un poco cascada:
- ¡ Aspirina, eso se cura con aspirina !
Era el tío Felipe alto, fuerte y colorado de cara, y traía casi siempre puestos su sombrero y su capa, una capa preciosa de color marrón muy oscuro, creo que se llama "ala de mosca" ese color. Era entrañable mi tío Felipe. Cuando fui un poco mayor y mi padre me enseñó a escuchar zarcuela, cada vez que oía lo de ¡Ay Felipe de mi vida!, yo me acordaba del tío Felipe, y pensaba que de joven habría sido un tipo parecido al protagonista de "La Revoltosa". De mi tío Felipe, siempre recordaré aquella tremenda humanidad, arropada por su capa.
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Ya he sacado la capa. Quizá sería más correcto decir que ya he vuelto a ponerme la capa, como se diría de cualquier otra prenda, pero mi capa no es para mí una prenda más. No sé si os habrá sucedido a vosotros el tener un especial aprecio por una cazadora, un abrigo o cualquier otra pieza del vestuario, no porque sean especiales por su valor económico, sino por la agradable sensación de comodidad y familiaridad con que las vestimos. Es mi capa protección para el frío, pero sobre todo, es una prenda amistosa y cordial, que hace buenas migas con cualquier otra ropa que me ponga. Salimos juntos a pasear en el crudo invierno medinense desde hace muchos años, desde aquellos ya lejanos en que sabiendo mi mujer y mi madre cómo me gustaba, me la regalaron un día de cumpleaños. Pocas capas se veían por nuestras calles en aquella época, y no he de negar que al principio me daba cierto apuro salir con ella, pero pudo más mi entusiasmo que mi tonta vergüenza, y pronto fue admitida y admirada por los que me rodeaban.
Ya están los capistas preparando la concentración que, anualmente, se hace entre los de Toro, Peñaranda, Salamanca, Valladolid, Medina, y alguna ciudad más que seguramente estaré olvidando. No es mala cosa esta de reunirse para compartir comida y vivencias, y oír a músicos y rapsodas y cantores, pero, y los capistas medinenses me van a perdonar esta cariñosa reconvención, creo que además de estas citas anuales, es utilizando a menudo la capa como conseguiremos recuperar su uso, que, y algún otro día hablaremos de ello, acaso sea una de las pocas cosas genuinamente nuestras que nos van a dejar disfrutar.
Un abrazo, desde mi ventana.
L. Alfonso Asperilla
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