Desde que recuerdo, prácticamente toda mi vida he tenido algún perro conmigo. Piruli, la primera, una perra de caza cuyo recuerdo es muy borroso, pero que a fuerza de escuchar a mis mayores contarlo, lo reaprendió mi memoria, una perra en la que me subía a mis dos o tres años, tirándola de las orejas para que corriera, y sí, corría, pero sin su jinete. Muchos otros ejemplares, de distintas razas, lobo, pastor alemán, boxer, ...
De la que guardo imborrable recuerdo, es de Leika, hembra de pastor alemán, a la que con tres veces que le ordenaras algo, ya lo aprendía. Era en mi juventud, mis 16 años, y Leika me hizo conocer muchas chicas, las chicas que venían a cumplir el servicio social en el castillo de la Mota. Junto con Leika teniamos en esa época a Katy, mestiza de loba. Era un placer verlas trabajar juntas. Luego otros muchos ejemplares, y últimamente, Kika, a la que ya he mencionado en alguna parte de este blog, y por fin, Nela, orgullosa mamá de 5 cachorros (cachorras para que no se moleste mi hija pequeña).
Hoy, paseando con Nela el paseo de la tarde, subí al pinar del castillo. Un abuelo y su nieta estaban paseando 3 o 4 galgos jóvenes. Al verles, até a Nela, para que no se asustaran los galgos y pudieran tirar a la niña. Acercándome les dije que Nela era mansa, que no hacía nada, vamos. El hombre ni me contestó, prácticamente huyendo ante nuestra proximidad, todo esto con Nela sujeta. Pasamos de ellos, continuamos el paseo, cruzamos por entre una nube de niños jugando con agua (a Nela le encanta el agua), la llamé, vino, la sujeté de nuevo con la correa y terminamos nuestro paseo.
Pensando en el abuelo, la nieta y los galgos y en la docilidad de Nela, recordé a Rhin, un macho de pastor alemán (cosa curiosa, casi siempre hemos tenido hembras, le gustaban más a mi padre y luego a mí, son más dóciles y defienden mejor la propiedad, cualquier hembra en celo anula a un macho guardián, en cambio, una hembra guardiana, aunque esté en celo, siempre es un perro guardián). Bueno, pues eso, recordé a Rhin, creo que nos le dió Juanito el carnicero, o acaso la guardia civil, desechado por ellos; el caso es que ese perro, un día, mordió a mi pàdre, sin ningún motivo.
Un perro jamás debe morder a sus amos. Nunca. El amo es para el perro el jefe de su manada. Si un perro muerde al amo, está subvirtiendo el orden natural de las cosas. Cuando mi padre entró en casa a curarse y me lo contó, me fuí al perro, le agarré del cuello, le levanté del suelo y le dije, te voy a matar, cabrón.
Al poco tiempo, menos de un mes, Rhin murió. El perro sabía lo que hizo, sabía que no debió hacerlo, y sabía que ya estaba muerto, aunque todavía viviera. Supongo que algo, alguna enfermedad debía tener, porque era un perro con no más de 5 o 6 años (es decir, en plena madurez, joven todavía). Y supongo que el mordisco a mi padre fue por algo relacionado con esa posible enfermedad. Supongo todo esto porque creo firmemente en las relaciones testadas a lo largo de milenios, entre estos nobles animales y los humanos. Es una larguisima historia común, y un hecho de este tipo, si sucede en alguna ocasión, o es por una enfermedad, o porque el amo, el jefe, maltrata al perro. No era el caso de mi padre.
! Qué personaje era mi padre ¡. Mi padre me dijo en alguna ocasión, que alguien (en esta ocasión un perro de dos patas) no le gustaba demasiado, que no le terminaba de gustar. Yo pensaba que eran cosas de viejos. Pero no. Mi padre tenía razón. Hizo lo mismo que Rhin, solo que esta vez el mordisco me tocó a mí. Todavía no le he agarrado del cuello, levantandole del suelo, aislandole de cualquier soporte que le de sentido a su realidad física, ni le he dicho lo que le dije a Rhin cuando mordió a mi padre. Tampoco se si se lo diré o cuando se lo diré.
Pero lo que sí se, es que está muerto. Aunque él todavía no lo sepa.
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