Cuando la satisfacción más grande de cada día son los cinco minutos que pasas bajo el agua caliente de la ducha, pasa algo. No es normal que ni la brisa de la primavera, ni la floración de los arboles, ni las carreras de las nubes sirvan para despertarme, no ya una sonrisa interna, sino algún interés, algo, la curiosidad del fotógrafo, cualquier cosa. Sabemos que las.....¿malas rachas? nunca vienen solas. Creo en eso, que hay rachas malas, pero ¿dónde están las buenas?. Hace un par de días, un chaval, cuarentaytantos años, carnicero, negocio próspero (porque él es (era) un trabajador formidable), casado, un par de hijos, deportista a tope, se ha suicidado.
Dicen que se ha suicidado. Pero no me cuadra. No en él. El suicidio es una ¿salida? ¿solución? para quien no ve ninguna otra a un problema, o a muchos problemas que se acumulan. No era el caso.
No pude ir al funeral. Me enteré tarde de la hora. Quizá fue mejor. Me han dicho que la hija (13 o 14 años), leyó unas palabras recordando a su padre. Está bien. Ha liberado sus emociones, al menos en parte. Y ha ayudado a que se liberen las de su familia. Pero las mías, las d emuchos, no se liberarán hasta que sepamos algo más. No es morbo, ni curiosidad buena o malsana. Es que a quienes le conocíamos, poco o mucho, no nos cuadra. No era un cobarde. Era un tío que veía venir la vida, en cualquiera de sus facetas, buenas o malas, y la sonreía, y la torcía a su favor. Era así. Era.
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